miércoles, 4 de junio de 2008

El Manglar o el Paraiso Abandonado

El pueblo macondiano de Muisne y sus vecinas comunidades del manglar

Raras veces el compromiso social se junta así de lleno con el disfrute y la alegría.
El recorrido que propone la Asociación FUNDECOL es una ocasión realmente única que tiene el turista, para experimentar en su propia piel, huesos y corazón la problemática ambiental de la tala de los manglares, pero también para conocer de cerca su gente, su música, su comida, sus costumbres y su verde panorama jovialmente fluvial y marino.
El viaje comenzó con el relato histórico vivencial, por boca de los mismos protagonistas, del largo proceso de defensa del medio ambiente. Conocimos así los atropellos de empresas camaroneras que van destruyendo impunemente y en la mayoría de los casos ilegalmente, el ecosistema de los manglares. Empezamos a entender a los manglares no solo como ecosistema natural del habitat de cangrejos, conchas y aves migratorias, comenzamos a darnos cuenta de que este atropello influye también en todo el sistema de vida de un sin número de familias que viven de la recolección comida y venta de estos seres y así mismo, repercute en la existencia misma de todo el territorio, que perdiendo alrededor de 17.000 ha de manglares desde los años 80 hasta hoy, va perdiendo también su más grande protección contra mareas e inundaciones.
Pero el relato no puede durar mucho, porque la marea ya va subiendo, y hay que pasar al otro lado de la isla en triciclo en la playa antes de que el mar se coma a la playa…. Y esto nos llama la atención, de nuevo, sobre una de las más grandes enseñanzas de este viaje: somos parte del ecosistema, hay que conocer los ritmos de la naturaleza y acoplarse a ellos.
Así llegamos a la primera comunidad, después de un largo recorrido a orilla del mar en triciclo.. hasta donde la marea nos permitió. De allí a pié y en lancha, hasta Bellavista.
Una playita chica, palmeras, cabañitas de caña, canoas… jóvenes poetas como Jorge que nos declama una poesía de su creación… comida exquisita como la que nos brindan las mujeres de la Asociación… artistas de la “cocada” y de otras magias como Don William, che además de sorprendernos mostrándonos la preparación de este riquísimo buñuelo de coco y panela, nos deja boquiabierta por su capacidad reproductiva, que lo llevó a tener orgullosamente más que 10 hijos “y con la misma mujer?” …Esto no se pregunta..
Después de conocer esta maravillosa humanidad bajo la refrescante sombra de las palmas, vamos en lancha a conocer otra comunidad vecina, a aprender a pescar con redes en la hora exacta de la marea, en el medio de dibujos cambiantes de arena como espejismos, que la playa, el mar y el río crean al bajar las aguas. Nos sorprendió el ocaso aprendiendo a ir en el bongo, la liviana y estrecha canoa de la comunidad, cayéndonos al agua, jugando, refrescándonos, con ropa y todo, entre las risas de niños y niñas y haciendo pirámides con los que se dejaron subir a los hombros como July,niñita extrovertida y liadísima, ya experta en manejar el bongo en su tierna edad gracias a su buena maestra Tania.
Una exquisita cena rastafari, un mojito “de los propios” y un poco de baile salsero, en la linda casa de madera del Chily, uno de los fundadores de FUNDECOL, nos deja contentos y alegres, listos (o casi) para descansar y alinearnos a los ritmos madrugadores de las mareas en Muisne.
El día después es el día de la reforestaciòn.
Después de un riquìsimo desayuno preparado exclusivamente para nosotros por la Asociación “Soberania Alimentaria”, un grupo de mujeres preocupadas por mantener la tradiciones culinarias y la salud de la gente, salimos todos en lancha a recoger semillas de manglar: aprendimos a reconocer las buenas de las secas, y admiramos una vez más la sabiduría de la naturaleza que todo lo trasforma generosamente, las semillas del árbol a la tierra, solas poblarían el mundo, si encontraran en su volver a la tierra un habitat sano… lastimosamente no siempre es así… recogemos semillas de una isla frente a la ciudad, donde el suelo es infestado de contaminación urbana, para ir a sembrarlas en un lugar apartado donde ellas encuentren un mejor habitat.
Después de haber sembrado todas las semillas que teníamos en nuestras manos, un confortante vaso de agua nos refrescó en el refugio de madera donde Don Artemidoro Quiñónez nos estaba esperando para contarnos de su vida de cazador de cangrejo azul y llevarnos a conocer su mundo, su lora, sus cangrejos y sus costumbres.
De allí, saludando el generoso Don Artemidoro, que se despide regalando unas sabrosas toronjas recogida del árbol solo para nosotros, nos dirigimos a Cabo San Francisco, que surge casi como una sorpresa después de una verdadera barrera de olas, allá donde se encuentran dos corrientes.
Después de un viaje audaz, en una lanchita de madera en mar abierto, entre el baile de las olas fuertes, y los gritos de alegre adrenalina, guiados por un sabio conocedor de su mar, llegamos a la playa de los hermosos acantilados y de las “pozas del amor”, pequeñas lagunas que se forman con el fértil y generoso movimiento de la marea, destino romántico de parejitas enamoradas.
En la playa nos guían unos niñitos, entre ellos Jacinto y David, niños “santitos todavía”, que de las pozas del amor solo habían escuchado por boca de otros “grandes”… inocentes picaros que conocen toda la playa y sus seres como las palmas de sus manitas, nos levan a todos los rincones de los acantilados, nos muestran sus amigos caracoles marinos y cangrejitos, nos invitan a refrescarnos en riachuelos de agua dulce, nos hacen pasar entre rocas estrechas y hermosas… hasta que muertos del cansancio, nos despedimos con la promesa de volver lo más pronto

“Carmela tiene ojos azules, Carmela se fue en el mar”
Esta vez un rojo atardecer nos sorprende en lancha, en el medio de las olas, y nos da la energía necesaria para seguir conociendo más, introduciéndonos a una noche inolvidable al ritmo de los arrullos del macondiano José Arcadio, alias Don Morita, que, a orillas del mar, frente a una roja fogata, le canta a su Carmela, la Virgen del Carmen, “Carmela tiene ojos azules, Carmela se fue en el mar”… música ceremonial negra de una dulzura de encanto, que se canta tradicionalmente para despedirse de los que se nos van, entre el sacro y el profano, rituales que se hacen “a lo divino” y “a lo humano” durante toda la noche y a veces por más días.
El día después, en pleno chuchaqui, vamos a desayunar donde José Arcadio Don Morita, y nos pasa cualquier malestar gracias a su comida y a las sonrisas de su pequeña Nataly, hermosa niña color canela con mirada de pescadito volador.
Placada nuestra hambre matutina, vamos a conocer Mompiche, linda playa, con buenas infraestructuras turística, donde nos espera Don Carlos Mompiche, alegre y hospitalario, nos muestra sus cabañitas “Delfín del Mar”, acogedoras y confortables y nos guía a conocer otra playa: otro paraíso terrestre.
Se llama Portete y se llega solo en lancha, es una isla donde solo hay palmas, playa y océano… y nada más. Suficiente para disfrutar de la naturaleza y de unas refrescantes “pipas”, el coco cosechado por Don Carlos directamente de las palmas del lugar, y saboreado con gran sed por parte de todos y todas.
En este paraíso cerramos nuestro viaje, y con el sabor de una naturaleza todavía incontaminada por ese turismo de masa que arrastra todo, con la esperanza que estos lugares y estas personas mantengan su aura especial, con todo esto y mucho más, regresamos todos a nuestras vidas cotidianas, con el compromiso de contar, describir, y sobre todo recordar, siempre, la lección de vida de este mundo mágico.
Para mayores informaciones:
FUNDECOL – Carlos Vinueza – 00593 (0) 94890165 http://www.fundecol.org/
Escrito por: Luisa Recchia

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